Lo que son las cosas. Hace justo cien artículos que echó a andar Kaplan contra la censura, cuando Twitter cerró la cuenta de un servidor por un hilo que se convirtió en uno de los primeros textos del blog. Y será el Destino, el Patriarcado o vaya a saber qué otra fuerza ignota, pero el artículo número cien coincide con el mayor revuelo en la historia de la red del pajarito: Elon Musk la ha comprado por 44.000 millones de dólares prometiendo, entre otras cosas, ampliar la libertad de expresión y acabar con la censura. Y eso a algunos nos ha hecho casi tanta ilusión como cumplir cien artículos, aunque a otros les ha sentado peor que una sopa de ajo al conde Drácula.

La teoría nos dice que ese pensamiento progresista identitario y posmoderno que lo ha colonizado casi todo defiende la libertad de expresión, pero el lector inteligente sabe que hay letra pequeña. A renglón seguido le dirán que sí, que viva la libertad de expresión pero que hay que limitar ciertos discursos peligrosos si no se quiere terminar peor que la Alemania nazi. Por supuesto, lo que es un «discurso peligroso» lo deciden ellos. Y si tiene dudas, hay unos dibujitos de Pictoline muy simpáticos sobre la paradoja de la tolerancia de Karl Popper que lo resumen muy bien. Tan bien que no hace falta leer al Popper de verdad, no sea que descubra que no dijo lo que pone Pictoline.

Libertad según para quién

Porque actualmente defender la libertad de expresión de la intolerancia supone en la práctica defender la libertad de expresión solo de algunos y censurar la de otros porque, supuestamente, «incitan al odio», un concepto extraordinariamente flexible en el que unos no pueden pasarse un pelo y otros tienen carta blanca para todo, incluso para odiar. Que odiar en nombre del progreso y de la justicia social ya es otra cosa. Y el submundo de las redes sociales, especialmente Facebook y Twitter, es el ecosistema ideal para poner en práctica esa filosofía.

Qué le vamos a decir que no sepa. No se puede atacar a nadie por su sexo… a menos que sea usted hombre (¡opresor!). No se pueda atacar a nadie por el color de su piel… a menos que sea usted blanco (¡supremacista!). Hay que defender todas las orientaciones sexuales… a menos que sea usted heterosexual (¡privilegiado!). Y es sano mantener la libre circulación de ideas… a menos que se llame Donald Trump, que entonces se le cierra la cuenta en nombre de la democracia antes de que diga «Capitolio». Que esto es una empresa privada y puede hacer lo que quiera. Porque Twitter es una empresa privada y hace lo que quiere… a menos que la compre Elon Musk.

Un absolutista de la libertad de expresión

Y en esas estamos cuando llega este tipo que nos quiere llevar a Marte y que se define como un «absolutista de la libertad de expresión». Y que dice cosas como: «Para que Twitter merezca la confianza del público, debe ser políticamente neutral, lo que efectivamente significa molestar a la extrema derecha y a la extrema izquierda por igual», «Cuando hablo de libertad de expresión me refiero simplemente a lo que se ajusta a la ley. Estoy en contra de la censura que va más allá de la ley», «Una buena señal de que hay libertad de expresión es que a alguien que no te gusta se le permita decir algo que no te gusta», o «Espero que hasta mis peores críticos permanezcan en Twitter».

Si el progresismo continuara siendo aquello que una vez fue guiando al pueblo a teta descubierta, celebraría que alguien que opina así tomara las riendas de una red social que usan 300 millones de personas cada día. Pero en el siglo XXI ese progresismo es el que tiene la sartén por el mango de lo que se debe decir y lo que no, por lo que la llegada de Elon Musk solo ha servido para constatar que hay miedo a una libertad de expresión más amplia. Es el miedo que tendría un censor cuando ve que se le acaba el chollo.

Twitter va a ser escalofriante

Los preocupadísimos mensajes de medios de comunicación, políticos y activistas hay que leerlos para creerlos. No solo es que se hayan dado cuenta de repente de que Internet está en manos de grandes empresas tecnológicas, sino que parece que hasta hace dos días Twitter era una red socialista en manos del pueblo, libre como el viento.

La antología del disparate woke incluye todo tipo de desvaríos. Ni que decir tiene que toda la preocupación que manifiestan ahora por los «discursos de odio» y la «democracia en peligro» no existía cuando Twitter permitía campañas de cancelación y censuraba cuentas que no apoyaban los dogmas progresistas:

«Twitter bajo Elon Musk será un lugar escalofriante»

The New York Times

«¿El Twitter de Musk tendrá más libertad o más mensajes de odio?»

France 24

«No podemos confiar en los multimillonarios para crear redes sociales seguras»

The Washington Post

«Twitter era de todos; ahora es de Elon Musk»

La Nación

«Lo último que necesitamos es un Twitter que cierre los ojos ante el discurso violento y abusivo contra usuarios y usuarias, especialmente (…) las mujeres, las personas no binarias y otras»

Amnistía Internacional

«Este acuerdo es peligroso para nuestra democracia»

Elizabeth Warren, senadora demócrata

«Elon Musk compra Twitter por 44.000 millones de dólares por un capricho personal. Con ese dinero se podría acabar con el hambre en el mundo durante un año cuatro veces»

Alan Barroso, hazmerreír, perdón, analista político

Cuidado con anunciarse en el Twitter de Elon Musk

Y no solo hemos asistido a la pataleta en cascada de la izquierda. No ha pasado ni una semana y algunos de los anunciantes en Twitter más importantes de Estados Unidos, como Coca Cola o Disney, ya han recibido una carta suscrita por una treintena de ONG y organizaciones sociales, entre ellas Black Lives Matter. «La toma de control de Elon Musk de Twitter —empieza la carta— intoxicará aún más nuestro ecosistema de información y será una amenaza directa a la seguridad pública, especialmente entre aquellos que ya son más vulnerables y marginados».

Tras comentar lo transparente (sic) que es ahora Twitter y hacer una alusión velada a Trump y el riesgo de devolverle su cuenta suspendida, la misiva acaba: «Como principales anunciantes en Twitter, su marca corre el riesgo de asociarse con una plataforma que amplifica el odio, el extremismo, la desinformación sobre la salud pública y los teóricos de la conspiración (…) Sus dólares publicitarios pueden financiar el proyecto vanidoso de Musk». Mejor que nos financien a nosotros. Bueno, eso no lo han dicho pero seguro que lo pensaron.

El multimillonario dueño de Tesla, que es un cachondo de cuidado, se hizo eco de esta carta y pidió cotillear quién financiaba a esa treintena de asociaciones firmantes. Los resultados han apuntado a un puñado de activistas izquierdistas, ex empleados de los gobiernos de Obama y Clinton, a los gobiernos de Canadá, Suecia, Alemania, Dinamarca y Holanda, y a la Open Society de un tal George Soros. Pure coincidence, que dirían en las películas.

Conmoción en la arcadia laboral

Dentro de Twitter, las reacciones también son muy significativas. Y han demostrado lo que se cuece detrás de una empresa con 7.000 empleados donde es más fácil que un replicante pase el test Voight-Kampff que encontrar a alguien que te ayude cuando hay un problema con tu cuenta. Según ellos, hasta ahora el clima de trabajo era «muy bueno» y estaban «encantados» moderando la red social de «contenidos abusivos» (entiéndase en el sentido más woke del término). Y, claro, de repente llega el ogro de la libertad de expresión y se monta el drama.

Vijaya Gadde, la principal abogada de Twitter, que estuvo detrás de la cancelación de la cuenta de Donald Trump y que, en vísperas de las elecciones, vio oportuno censurar informaciones sobre el ordenador del hjjo de Joe Biden porque las consideró fake news (luego resultaron ser ciertas), se puso literalmente a llorar con el desembarco de Elon Musk. Un tipo que decía trabajar creando las normas de moderación en la plataforma escribió un intenso tuit despidiéndose, aunque resultó ser una parodia. Pero sí es real la amenaza de éxodo de trabajadores que se sienten inquietos ante el incierto nuevo rumbo «libertario». Muchos ingenieros ya buscan trabajo en empresas como Apple y la propia Twitter ha tenido que bloquear su código fuente ante el miedo de que haya sabotajes internos.

En el otro lado de la balanza están los que adoran al dios Elon y que parecen no pensar que este señor no se habrá gastado 44.000 millones solo por fastidiar a la izquierda identitaria. Seguro que habrá poderosas razones económicas aunque por la parte que nos toca, si consigue una red más adulta y libre, donde los ofendiditos y los censores de sofá se jodan y bailen ya cuenta con nuestro cariño y nos da igual que se haga más asquerosamente rico. Más nos preocupan los buenos de la película.

Más control, no sea que la cosa se descontrole

Joe Biden acaba de crear una Junta de Gobernanza de Desinformación para luchar contra las fake-news en Internet. Supuestamente, estará enfocada contra la propaganda rusa pero coincide con la compra de Twitter y mira hacia las legislativas de noviembre. Al frente de esta junta ha colocado a Nina Jankowicz, según la Casa Blanca, una autoridad mundial en bulos con un curriculum impresionante. Teniendo en cuenta que consideró lo de la laptop de Hunter Biden una trama de desinformación rusa y que tiene vídeos donde hace el payaso imitando a Mary Poppins, nosotros dudamos un poco de su «autoridad mundial». De lo que no dudamos en absoluto es de que es idónea para seguir limitando la libertad de expresión apelando a la propia libertad de expresión y a la defensa de los derechos civiles. Da gusto ver que se preocupan tanto para que no pensemos incorrectamente.

Y acabamos con otro de los buenos. El otro día Barack Obama pidió aún más control en las redes sociales porque (ya que se pide la censura hay que justificarlo a lo grande) «hay gente muriendo por la desinformación». O sea, el progresismo escandalizado porque Elon Musk quiere redes más libres, pero aplauden con las orejas a un tipo que quiere abiertamente la censura. Que sí, que es negro y premio Nobel de la Paz (aunque tuviera al país en guerra durante sus dos mandatos presidenciales). Pero qué quieren que les diga, de momento y hasta ver cómo va el trecho del dicho al hecho, Elon Musk parece más de fiar. Aunque le diera como cajón que no cierra a ese mal bicho de Amber Heard. Hoy se lo perdonamos, que estamos de aniversario, pero ya te vale, Elon.

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6 comentarios

  1. Muy bueno, señor Kaplan. Aunque ya sabe lo que pienso sobre el nuevo Mesías, solo por ver a algunos rabiar ha merecido la pena. Eso sí, si esto sirve para poder expresarse con libertad en Twitter, bienvenido sea. Que eso de estar mirando con lupa no poner ninguna expresión que pueda molestar, aburre mucho.

    1. Vamos a ver qué pasa, pero hace bien en desconfiar de los “mesías”. Suelen salir rana aunque quién sabe, igual logra hacer de Twitter un sitio mucho mejor. Veremos.

  2. Hola Señor Kaplan, la verdad es que me da igual, yo no tengo Twitter y prácticamente no uso las redes sociales. Tampoco me fío de Elon Musk ni de los libertarios, pero bueno, hay que ver que va a pasar de ahora en adelante, si realmente se va a respetar la libertad de expresión, bienvenido sea. Lo irónico es que el gobierno estadounidense está haciendo lo mismo de lo que acusa al gobierno ruso.

    1. Al gobierno estadounidense le preocupa mucho que nos engañen y manipulen con propaganda rusa, pero la suya nos la tenemos que comer con patatas. Como decimos aquí, se les ve mucho el plumero. Un cordial saludo desde el otro lado del charco. Por cierto, un compatriota suyo también tuvo una de las ocurrencias del año con la compra de Twitter. Dijo que con ese dinero se podía pagar mil millones a cada argentino. Sin comentarios…

        1. No se lo sabría decir, Lisandro. Creo que era algún tuitero famoso de su pais. En cualquier caso se cubrió de gloria xD

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