Juegos Olímpicos Woke

Medio mundo (el de izquierdas) aplaudió la inauguración y medio mundo (el de derechas) la aborreció. No se vio tanta división ni en Berlín 1936, cuando Hitler vendió al mundo una Alemania nazi bucólica y pastoril que tres años después convertiría a Europa en una antorcha nada olímpica.

La última cena drag

En la ceremonia de París no faltaron detalles feministas con las heroínas de la historia de Francia, una cantante polémica como Aya Nakamaura bailando con una Guardia Republicana amariconada, una María Antonieta decapitada, una exaltación LGTBI con una representación de La última cena de Leonardo protagonizada por transexuales, drag queens y un Dionisio en bolas a lo Papá Pitufo. La comunidad católica, Vaticano incluido, protestó cansada de ver que cada vez que se quiere mostrar libertad y tolerancia se haga a costa de símbolos cristianos y no, por ejemplo, con los musulmanes, que para eso no hay couilles.

Los Juegos Olímpicos empezaron con la resaca de la ceremonia más polémica (y confusa) de la historia. Mientras la organizadora, Anne Descamps, pedía disculpas por haber ofendido a los católicos con la representación queer de La última cena, el corógrafo de la inauguración, Thomas Jolly, intentó apagar el incendio sacándose de la manga que el homenaje no tenía nada que ver con La última cena, sino con otro cuadro que conocen él y cuatro gatos: El Festín de los Dioses. Enseguida Twitter se llenó de expertos en pintura holandesa del siglo XVII para darle o quitarle la razón a Jolly.

Los Juegos Olímpicos de la batalla cultural

En resumen, una ceremonia que ha imbuido el mundo de buen rollo y espíritu olímpico. Bueno, más o menos. El coréografo, que intentaba «celebrar la tolerancia comunitaria», ahora recibe amenazas de muerte. La DJ y activista que ocupaba el lugar de Jesús en La última cena /El festín de los dioses (táchese lo que no proceda) ha presentado una denuncia por ciberacoso, amenazas e insultos «antisemitas, homófobos, sexistas y gordofóbicos». Y mientras, la diputada ecofeminista Sandrine Rousseau, sonríe feliz porque la ceremonia, aseguró, «fue la mejor respuesta al ascenso de la extrema derecha». Que el mundo sea woke, dijo, «así será mucho más bello». Polarizado y a punto de reventar pero bello. Pierre de Coubertin estaría encantado, seguro.

Tras ese arranque, en un París cercado y blindado para evitar atentados terroristas, podía pasar de todo, con la batalla cultural poniéndose en cabeza de la carrera de las polémicas, por delante de la guerra de Ucrania (quince deportistas rusos jugaron bajo bandera neutral) o de la de Gaza (Israel participó pese a las protestas de la izquierda y el mundo árabe).

Y eso sin olvidar la presencia de bacterias en el Sena, a pesar de los 1.500 millones de euros y diez años gastados en limpiarlo. En un río menos fiable que la zona cero de Chernobyl, las pruebas de triatlón se celebraron con suspense, con un atleta enfermo y otra atleta hospitalizada por contaminación. Un despropósito que al menos nos ha dejado un montón de memes en Internet (Antes de bañarse en el Sena /Después de bañarse en el Sena) y la escatológica campaña de protesta ciudadana Me cago en el Sena.

Cromosomas XY en el boxeo femenino

Pero sin duda, el gran escándalo de los juegos ha llegado con el boxeo femenino y la participación de dos boxeadoras un tanto peculiares: la argelina Imane Khelif y la taiwanesa Lin Yu ting, ambas expulsadas del mundial por no cumplir los criterios de género pero admitidas por el COI que es muy enrollado y diverso. La italiana Angela Carini duró 48 segundos frente a Imane Khelif antes de abandonar entre lágrimas. ¿Era Khelif un trans?¿O era una mujer biológica de verdad? ¿Se ponía en peligro la integridad física de las mujeres permitiendo boxear a hombres que decían ser mujeres? ¿Las tortas que le partieron la nariz a la boxeadora italiana eran violencia machista? ¿O era todo una excusa de la ultraderecha y de las feministas TERF para dar rienda suelta a su supuesta transfobia?

La respuesta a estas preguntas depende del color del cristal de la batalla cultural con que se mire. Parece ser, y el parece es porque nadie lo sabe a ciencia cierta, que Imane Khelif nació niña pero padece algún tipo de anomalía del desarrollo sexual y tiene cromosomas XY (masculinos), sufre hiperandrogenismo y es intersexual. Ni siquiera está claro que tenga colita, toto o un poco de todo. No es trans, pero no se sabe si es hombre, mujer, rosa o clavel. Según su papá, es una niña fuerte y valiente. Pero preguntarle al padre por su hijita es tan fiable como preguntarle a Óscar Puente cómo va RENFE.

El papelón del COI

La caída en desgracia Asociación Internacional de Boxeo, afín a Rusia que se pasa lo LGTBI por el forro de la Plaza Roja, dice que Khelif es un hombre pero el COI, servil con la causa LGTBI, asegura que es mujer. Según el COI, las pruebas que le hizo la Asociación Internacional de Boxeo son «defectuosas, ilegítimas, imposible tomarlas en cuenta». En vez de eso, el COI ha mirado el pasaporte y como pone que es una mujer no hacen falta más pruebas. Como hagan los tests antidopaje con el mismo rigor, hasta Kiko Matamoros puede ser olímpico.

Que sí, que la biología es muy compleja, pero en un mundo en el que lo binario-no binario supone el 98% ya es casualidad que dos excepciones casi marginales que presentan claras ventajas genéticas sobre el resto de oponentes hayan acabado en los Juegos Olímpicos de París llevándose el oro sin perder un asalto. Solo en un delirante mundo woke puede darse esta paradoja: que en las autoproclamadas Olimpiadas de las mujeres y la igualdad ganen dos boxeadoras echándole huevos —y tal vez no solo en sentido figurado— repartiendo hostias a cuanta mujer se les ha puesto por delante.

Los Juegos Olímpicos y la injerencia rusa

Lo que El País llama «La polémica forzada contra Imane Khelif o cómo envenenar con odio un acontecimiento planetario» se ha ido complicando a medida que han pasado los días, con otros organismos como la Organización Mundial de Boxeo asegurando que las controvertidas boxeadoras son hombres y que lo avisaron al COI. Para unos es un debate legítimo, pero para el progresismo supone un ataque contra la diversidad sexual y un intento de desestabilizar promovido no por cualquiera, sino por la mismísima Rusia.

Lo de la conspiración rusa tiene su miga ya que se está convirtiendo en el comodín de los agujeros de Europa cuando les falla la narrativa. ¿Que arde Reino Unido por el asesinato de tres niñas a manos de un menor hijo de inmigrantes musulmanes? Injerencia rusa, dice por ejemplo ABC en un delirante editorial. ¿Que algunos ven a El Fary más femenino que a la boxeadora argelina? Otra injerencia rusa que manipula a «los tontos útiles de Putin», en palabras de Antonio Maestre.

Cierto que no ayuda mucho a evitar la paranoia rusa saber que Pablo González, el valiente e independiente periodista de Público, La Sexta y Gara, detenido durante dos años en Polonia por espionaje resultó ser, efectivamente, un espía ruso liberado y recibido por Putin como un héroe. Ver ahora el vídeo que grabó nuestra izquierda más mediática exigiendo su liberación es todo un poema. Si Maestre busca tontos útiles de Putin que se vea el vídeo.

Gusanos en la comida ecosostenible

Al lado de la polémica de las boxeadoras misteriosas, el resto de controversias en los Juegos Olímpicos parecen naderías. Una foto manipulada de Giorgia Meloni mostrando cara de pasmo por ver a una judoka besarse con su novia resultó ser un burdo bulo que se comió la Cadena Ser. Un periodista expulsado de Eurosport por machista al decir que las nadadoras tardaban en presentarse porque se estaban maquillando. Otro periodista también despedido por decir que Imagine, que interpretaron en la inauguración, era una canción comunista. Comunista o no, el Comité contra la Tortura de la ONU debería intervenir cada vez que suena esa canción en alguna parte del mundo.

París 2024 también prometió ofrecer los juegos más ecosostenibles. Como resultado, apenas hubo carne en los menús de los atletas. Carne no, pero sí gusanos, se quejó el nadador británico Adam Peaty. «El cáterin no es lo suficientemente bueno», declaró con delicadeza el seis veces medallista olímpico cuando encontró bichos en su plato, aunque vaya usted a saber si no forma parte de una estrategia para que nos acostumbremos a los nutritivos saltamontes fritos de la Agenda 2030.

Medallas de oro en cosificación

Por supuesto, las denuncias por cosificación no podían faltar a la cita olímpica. Las atletas suecas Maja Askag y Julia Henriksso se quejaron del trato «repugnante» de los operadores de cámara por enfocarles el culo. Maja Askag dice haberlo vivido en primera persona y la otra afirma que lo ha visto aunque a ella no se lo han hecho, quién sabe si porque no le ha tocado el cámara mirón o porque tiene peor culo que la otra. Kaplan contra la censura, en su afán por la verdad y el conocimiento, ha analizado con detalle vídeos de ambas jugadoras y, efectivamente, se entienden las preferencias de los cámaras por Maja Askag, que por algo en el Patriarcado profundo apodan Asskag.

Que la sueca —con lo que han sido los suecos abanderando la libertad sexual—tenga mentalidad de monja ursulina es otro éxito de la puritana cultura woke. La canadiense Alysha Williams representa otro punto de vista. La atleta obsequió al público con un breve perreo en honor a los sesenta mil seguidores de su cuenta de Onlyfans mientras celebraba su bronce en salto de pértiga. Por desgracia, la realización televisiva fue más comedida que la de la sueca y no nos ofreció el plano que la humanidad merecía.

Sin embargo, la anécdota cosificadora de los Juegos Olímpicos de París no tuvo nada de drama sexista. Seguramente porque le sucedió a un hombre. El saltador de pértiga Anthony Ammirati cayó eliminado cuando su, digamos, poco discreto miembro viril tocó el listón. Las imágenes se hicieron virales hasta el punto de que una productora porno ha ofrecido a Ammirati 250.000 euros por grabar un vídeo. Todo ha provocado un simpático revuelo en las redes. Imagine la que se liaría si una mujer derriba el listón con sus pechos, se hace viral y una productora porno le ofrece un vídeo. Arden los Juegos Olímpicos. Y si le llega a pasar a la sueca del culo hay hasta un comunicado de Naciones Unidas.

El retorno de Simone Biles

Simone Biles volvió felizmente recuperada de sus traumas con los que nos dieron la brasa hace tres años en los Juegos Olímpicos de Tokio y se llevó tres medallas de oro y una de plata lanzando de paso pullitas contra Trump. La gimnasta que la derrotó en la última final, la brasileña Rebeca Andrade, también muy concienciada, reivindicó el Black Power con tres negras en el podio: ella, Simone Biles y la estadounidense Jordan Chiles, que le hicieron una reverencia a Andrade muy celebrada por los medios.

Todo habría quedado muy sororo si no fuera porque la medalla de bronce la había ganado la rumana (y blanca) Ana Barbosu que perdió tras una insólita reclamación del equipo de Estados Unidos cuando ella ya lo estaba festejando. «La celebración de un podio totalmente negro con Simone Biles y Jordan Chiles es muy significativo para la vicepresidenta Kamala Harris», dijo el periodista de la CNN que retransmitía la competición. Barbosu no tenía nada que hacer: no solo competía con el Black Power, sino también con la campaña demócrata a la presidencia de Estados Unidos.

Posdata rumana

Cinco días después de la final —y uno después de la redacción original de este artículo—, el Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS) restituyó la medalla de bronce a la rumana. «El TAS devuelve el bronce a Barbosu y devalúa así la imagen más icónica de los Juegos» tituló As. Más que devaluarse, la imagen de las tres atletas negras en el podio venerando el Black Power se ha ido al garete.

Una pena, sobre todo para la revista Time que seguro que ya estaba preparando una portada de lo más espectacular. Y para Jordan Chiles, que pasó de la tercera a la quinta posición y anunció que cerraba sus redes para cuidar su salud mental. La de Barbosu, de 18 años, no pareció importarle tanto. Por su parte, la hermana de Chiles lo tiene claro: la culpa de que le hayan quitado la medalla a su hermana ha sido del racismo. No esperábamos menos.

Ana Peleteiro se estrella

La española Ana Peleteiro en modo Simone Biles de Hacendado, estuvo recordándonos, por si no nos habíamos dado cuenta, que era negra y que haría rabiar a los fachas si ganaba la medalla de oro, porque ella no se queda tranquila si no demuestra su activismo 24 horas al día 7 días a la semana. Quedó sexta el mismo día en que la blanquísima Femke Bol ganó en relevos mixtos 4X400 tras una remontada de película. Twitter se llenó de burlas contra la atleta española recordándole una de sus frases: «Es que en atletismo los negros corremos más. El pobrecito blanco que corre 100 metros es como «cariño, no vengas»». Peleteiro ha acabado denunciando un linchamiento —racista, claro— en las redes.

Del mismo modo que Peleteiro no suele caer bien entre los no-progres, Rafa Nadal molesta a la izquierda simplemente por no bailarle el agua. Su derrota en dobles en el casi seguro final de su impresionante carrera provocó algunos comentarios de esos que presumen ser respetuosos con los derechos humanos. «Nadal es un cáncer de valores tóxicos desde que empezó. Hoy, es un viejo acabado» tuiteó el periodista Pedro Vallín con el mismo buen gusto de una hiena devorando a un recién nacido.

Djokovic le enmienda la plana al wokismo… otra vez

Con Carlitos Alcaraz, en cambio, Vallín no tuvo arrestos de meterse. El murciano logró la plata en sus primeros juegos olímpicos tras perder en la final con Djokovic, que aumentó su leyenda logrando la medalla de oro que tanto se le resistía. El tenista serbio protagonizó otro de los momentos de los juegos, encomendándose a Dios y besando su crucifijo cuando lo entrevistaban, todo un contraste con la blasfema ceremonia de inauguración.

Un gesto que ha emocionado a muchos y molestado a otros tantos, seguramente los mismos que le consideraron el enemigo público número uno por no vacunarse y pidieron que se le excluyera para siempre de los torneos internacionales, esos pedros vallines de la historia que se esconden detrás de las atalayas morales y que tienen el alma más sucia que las aguas del Sena, que ya es decir.

El fútbol masculino hace historia y el femenino no

En un giro diabólico del Patriarcado, la selección masculina de fútbol ganó, contra todo pronóstico, un oro histórico derrotando a los anfitriones, mientras que nuestra amada —por el PSOE— selección femenina, que acudió a París con todas sus estrellas encabezadas por Jenny Hermoso y Alexia Putellas, se ha quedado en el cuarto puesto a pesar de ser la gran favorita.

El activista de extrema izquierda Fonsi Loaiza, que se ha pasado los Juegos Olímpicos usando a los deportistas como excusa para largar sus turras y esparcir bilis, cree que los fachas celebran que Putellas fallara un penalti en el último segundo porque es «mujer, catalana, feminista y defensora de los derechos LGTBI». En realidad, Putellas y la selección femenina caen mal por lo que montaron alrededor del beso de Rubiales con la intención de cargarse media RFEF empezando por el presidente y el entrenador que las hizo campeonas del mundo. Cuentan que nada más caer derrotadas se oyeron las carcajadas lejanas de Jorge Vilda y una frase resonó como un eco por la ciudad del amor: «¿Un piquito?»

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4 comentarios

  1. Gran resumen de lo que están dando de sí estos Juegos. Si es que esa apertura no anunciaba nada bueno. La vi y no entendí nada, además de aburrirme soberanamente. Y aún quedan tres días y la clausura. Puede pasar de todo.

    1. Gracias, Merce. Vamos a ver qué nos depara la clausura, a ver si superan en wokismo a la inauguración. De los franceses uno puede esperar ya cualquier cosa.

  2. Excelente y, por momentos, desternillante resumen. Quizás las chicas del fútbol y Ana Peleteiro deberían pararse a pensar un poco en por qué tienen tantos detractores que se alegran cuando no ganan… Peleteiro sobre todo, que ya se puso al borde del abismo con los suyos cuando habló sobre las trans, que sí, todos los derechos pero en el deporte profesional la cosa cambiaba ya (es que eso le afecta a ella, claro).

    1. Celebro que lo haya disfrutado, Valentín, muchas gracias. Efectivamente, Peleteiro y compañía deberían darse cuenta de que mezclar deporte y activismo no suele funcionar. Los españoles están deseando celebrar los éxitos deportivos de sus atletas y no ver cómo los utilizan para vender ideología política. Por cierto, el artículo tiene un añadido. Lo de la gimnasta rumana parece que ha terminado bien.

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