Censura cinematográfica

Gilda llegó a España en las heladas navidades de 1947 y se encontró con un país que intentaba superar la posguerra bajo el férreo control del nacionalcatolicismo franquista. Con su melena salvaje y sus vestidos ceñidos resultó más revolucionaria que el más ardiente discurso de La Pasionaria. Entre otros motivos, porque Rita Hayworth estaba mucho más buena.

Imagínense una película protagonizada por una actriz explosiva, un personaje provocador y rebelde que zorrea alegremente con los hombres, un triángulo amoroso lleno de miradas y dobles sentidos… y que se estrena sin censura. Para la Iglesia aquello fue como si el demonio se hubiera materializado en las salas de cine. Calificó la película con el 4 grana en la escala de clasificación moral que la señalaba como «peligrosa». Y no le puso 5 rojo bermellón porque no había.

El obispo de Canarias reaccionó en una vehemente pastoral en la que prohibió su visión y advertía a los fieles que verla era gravar su conciencia con pecado mortal. «Si alguno hubiera que se mostrara rebelde -advertía al que se atreviera a desafiar su pastoral- sepan que habrán de dar cuenta de su conducta ante el Tribunal de Dios”.

Proyecciones suspendidas

Y el obispo de las Afortunadas -que muy afortunadas no eran por tenerle a él- no fue el único que se preocupó por las almas de los espectadores. El gobernador civil de Málaga suspendió la proyección de la película a petición -dijo- «de personas de destacado relieve social y político». Miedo da pensar en aquellas personas «de destacado relieve social y político».

El Arzobispo de Granada se sumó a la fiesta calificando el film de Charles Vidor de “inmoral y claramente escandalosa (…) Ha de tenerse por ilícita y prohibida para todo católico, advirtiendo que ni los empresarios podrán proyectarla ni los periodistas y locutores podrán propagarla o recomendarla ni los fieles en general presenciarla». Ni los unos ni los otros le hicieron puñetero caso.

Y es que, a pesar de todo, en aquella España oscurísima de los años cuarenta, Gilda acabó suponiendo un soplo de libertad y de sensualidad descontroladas. La famosa escena en la que se quita el guante cantando Put the Blame on Mame se convirtió en un momento icónico de alto voltaje erótico, y más aún porque los espectadores creían que el striptease era completo y salían de la sala pensando que la censura había cortado la escena. En cualquier caso, no hubo otro guante más famoso en el cine hasta el guantelete de Thanos en Los Vengadores.

Una película impensable actualmente

Pero en estos tiempos de #MeToo y corrección política, Gilda tendría muchos más problemas que los que tuvo con la Iglesia. Se enfrentaría a una nueva inquisición que no le perdonaría su dependencia emocional de Johnny Farrell, su sexualización y no digamos la famosa bofetada que le sacude Glenn Ford, una de las cumbres del machismo en la historia del cine.

Por eso, Gilda en pleno siglo XXI no se podría rodar. En todo caso sería una nueva versión en la que ella sería una mujer empoderada, libre y sin ataduras románticas que no solo no recibe la bofetada sino que se la da al machirulo de Glenn Ford. Y olvídense también de su sensualidad, que eso de cosificar está muy mal visto. La nueva Gilda acabaría siendo un icono feminista que se estrellaría en taquilla, como tantos productos cinematográficos que se ruedan para contentar a un público que solo piensa en su agenda ideológica.

Pero por suerte nada de eso ha pasado y que nosotros sepamos no hay intención de rodar ningún remake de este clásico. Solo hay una Gilda. Porque nunca hubo una mujer como ella. Ni la volverá a haber.

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3 comentarios

  1. Magnífica entrada. Me ha gustado la idea de analizar películas «políticamente incorrectas». Muy ameno y muy fácil de leer. Espero que haya más. ?

    1. Me alegra que le haya gustado, Merce porque hay muchas películas «políticamente incorrectas» de antes y de ahora. Se merecen un buen homenaje 😉 Un saludo.

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