X Elon Musk

A pesar de la campaña de desprestigio contra el magnate y el descarado marketing político para vender a Kamala Harris a contrarreloj, al final una ardilla sacrificada por el departamento sanitario de Nueva York ha pesado más que todo el Partido Demócrata, incluyendo una comisión de investigación, un segundo impeachment, varios juicios, una condena penal por 34 delitos y las admoniciones apocalípticas de los medios, de Hollywood y de la industria musical con Taylor Swift a la cabeza. Y esa victoria ha salpicado Twitter en modo efecto mariposa: el aleteo de Donald Trump ha provocado un cataclismo en millones de tuiteros de izquierdas que ven como Musk ha extendido un ominoso manto de trumpismo y facherío con el que no soportan convivir.

Trump hace temblar al ‘establishment’

La mariposa de Trump ha demostrado que el establishment no es invencible y que millones de personas (la mitad del país por lo menos) votan mal y se niega a seguir las miguitas de pan de las élites. Si a eso le sumamos que la facción menos progre de los 500 millones de usuarios de Twitter está más suelta que nunca desde la llegada de Elon Musk, que para más inri va a formar parte del nuevo gobierno estadounidense, se puede imaginar el desánimo de quien hace muy poco tenía la sartén por el mango.

Cuando Elon Musk se hizo con Twitter no solo tenía claro que iba a ampliar la libertad de expresión. Además, despidió a más de media plantilla y perdió por el camino a un montón de anunciantes escandalizados con el cambio, con lo que algunos vaticinaban la ruina. De momento, la hecatombe no solo no se ha cumplido sino que ha resultado un bulo, ahora que están tan de moda: solo el primer año desde que Musk se hizo con Twitter la red creció en usuarios un 35%. A este crecimiento influyó que Musk devolviera a la vida miles de cuentas canceladas. Porque Twitter fue durante mucho tiempo un chollo para la izquierda más intolerante, la woke, que hizo una auténtica escabechina.

Los buenos viejos tiempos

Bajo el mando de Jack Dorsey, un ejército de activistas censores actuando en nombre de la experiencia de usuario y de la moderación de contenidos abusivos, hicieron shadowbanning o directamente cerraron las cuentas de todo aquel que se saliera demasiado del tiesto, opinara de forma incorrecta sobre las sacrosantas causas progresistas o usara horribles términos contra los derechos humanos, como marica, negro y moro. Los algoritmos no tenían piedad. Los algoritmos y las denuncias masivas de grupos de Telegram como el famoso RedBird que aprovecharon el ambiente inquisitorial reinante para eliminar de la red a todo aquel liberal o derechista, nazi según ellos, cuya opinión no fuera de su agrado, usando incluso bugs en el código de la plataforma que permitían denuncias de cuentas que ni sabían que habían denunciado.

Ante el silencio cómplice del equipo de Twitter, algunos se marchaban a otras redes sociales que resultaron ser aburridísimas como Gab o Mastodon, mientras que los irreductibles se iban abriendo nuevas cuentas a medida que se las tumbaban. Era el pan nuestro de cada día, y el progresismo, que tanto presumía de libertades y derechos, nunca puso ningún reparo a ese modus operandi aunque supusiera un flagrante atentado contra la libertad de expresión.

Elon Musk iguala la contienda

La llegada de Musk a Twitter permitiendo todo tipo de opiniones, desactivando el sistema de denuncias y echando a miles de talibanes, perdón, moderadores, le dio la vuelta a la tortilla y cabreó a aquellos usuarios que se sentían cómodos con el antiguo sistema. Según ellos, los nuevos algoritmos de Elon Musk potenciaban los discursos de odio que eran básicamente todos los que les llevaban la contraria. Tiene en esta entrada de Kaplan contra la censura un ramillete precioso de lloros alertando del fin de la democracia por culpa del multimillonario dueño de Tesla. Los censores se quejaban de que se acababa la censura. Pura poesía. Tras años con el viento a su favor, ahora se sentían en un ambiente irrespirable porque opinaban todos y ya no podían eliminar las cuentas que detestaban.

Para mayor dramatismo estaban seguros de que el nuevo algoritmo les relegaba a la irrelevancia y perdían seguidores. El pánico de los influencers de derechas que veían una mano negra quitándoles audiencia había cambiado de bando. Lo cierto es que, desde el punto de vista de la salud mental no parece muy sano que alguien con cientos de miles de seguidores se dedique cada día a revisarlos para ver si ha perdido o no un puñado de ellos, pero allá cada uno. Aunque ver al presidente de Facua, Rubén Sánchez, escribir «700 seguidores menos en 24 horas. Esto cada día huele más a podrido» tiene su aquel viniendo de parte de uno de los mayores canceladores de RedBirds.

El éxodo hacia un nuevo paraíso

Hace quince años, Juan Carlos Monedero publicó al llegar a Twitter: «¡Coño, si esto está tomado por rojos! ¡Qué alegría!». Ahora Monedero habla de irse a «otros lugares donde no sea un algoritmo con oído musical para el racismo quien decide lo que leemos». Monedero, como muchos miles de izquierdistas, no lleva bien que no sean los rojos los que no tengan la voz cantante y, como hicieron los diestros antes, busca el paraíso en una nueva red social. Y la elegida es Bluesky, que ha tenido, dicen, un millón de nuevas inscripciones en 24 horas.

Pero hay una gran diferencia con respecto a los antiguos éxodos de la derecha baneada: la izquierda se va de Twitter no porque se les censure, se van porque no pueden censurar a los demás y no soportan leer opiniones e informaciones que no les gustan. Entre los ilustres tuiteros que abandonan el barco, pero sin desactivar la cuenta por si acaso, se encuentra Stephen King, cada vez más escorado hacia ese subgénero de la literatura terrorífica que se llama Partido Demócrata: «La atmósfera se ha vuelto demasiado tóxica» anuncia en su último tuit. Último hasta que vuelva, claro.

Bluesky, la tierra prometida

Antón Losada no es Stephen King pero a veces también da bastante miedo. El gallego, todo un símbolo del rojerío más exaltado, anunciaba también su marcha a Bluesky en un vídeo con el símbolo de Batman detrás: «Hasta aquí hemos llegado, ya no merece la pena seguir en Twitter». Al poco, un tuitero lo tuneaba y lo convertía en el Pingüino. Qué falta de respeto por un dogmático que se va por no poder ejercer su dogmatismo a gusto. En los buenos tiempos al caricaturizador le habrían reportado la cuenta y se la habrían cerrado. Como hicieron incontables veces con peligrosos ultras como El Punta, por ejemplo por un chiste sobre transexuales o Bou, que lleva años iluminándonos sobre los delirios feministas, por escribir su propia dirección de correo electrónico.

No queremos ser pájaros de mal agüero, pero Jack Dorsey, que también fue uno de los fundadores de Bluesky, aseguró que allí se estaban repitiendo los errores de Twitter, entre ellos pasarse tres pueblos con la moderación de contenidos. Como los progres, a falta de fachas, empiecen a mosquearse entre ellos puede ser una risa. En cuanto nos descuidemos van a terminar como el Frente Popular de Judea y el Frente Judaico Popular. De momento, acaban de llegar y ya están elaborando listas de usuarios sospechosos. No pueden evitarlo. El logo de Bluesky no debería ser una mariposa sino un piolet.

De todas maneras, lo más probable es que estos miles de extuiteros acaben como los derechistas que se fueron a Gab, que terminaron hartos de hablar en una cámara de eco y se volvieron a Twitter con el fascio entre las piernas. El salseo es el salseo y estar en una red social sin discutir con nadie es tan aburrido como una película de Almodóvar.

Los malvados algoritmos trumpistas

Los medios se están haciendo eco del aparente éxito de Bluesky ante el temor «de que Twitter favorezca contenidos pro-Trump en sus algoritmos». Y no solo eso. La Universidad de Queensland, de cuyo espíritu docente da fe un examen que hizo pasar a sus alumnos para revisar sus privilegios blancos, ha elaborado un estudio que «sugiere» (muy hábil el uso del verbo para no pringarse demasiado) que Musk benefició en X los contenidos de Trump para influir en el resultado de las elecciones.

Hace dos años, algunos de estos mismos medios hablaban, dándole mucha menos importancia, del sesgo demócrata de Twitter que destapó Musk nada más hacerse con la compañía, encubriendo y censurando los escándalos políticos y sexuales del hijo de Joe Biden a un mes de las elecciones llegando a cerrar cuentas considerándolas propagadoras de bulos. Entonces no hubo ningún informe de la Universidad de Queensland sugiriendo nada.

Todo depende del color del cristal con que se mira

Realmente, este doble rasero no es nuevo. Que el uso electoral de las redes sociales sea lícito o perverso ha dependido siempre de que el candidato sea progre o facha. En 2009 se celebraba la inteligencia y estrategia de Obama controlando Internet y las redes sociales para influir en su triunfo. En 2016, en cambio, se hablaba de las manipulaciones perversas de Cambridge Analytica en la victoria de Trump, con injerencias rusas de por medio.

Cuando ha habido quejas de los posicionamientos de Zuckerberg (Facebook, Meta) o Dorsey (Twitter) a favor de los intereses demócratas se ha llegado a decir que eran legítimos intereses privados. Por lo que se ve, Elon Musk no debe de ser un legítimo interés privado sino un villano de SPECTRA.

Claro que estos del doble rasero son los mismos a los que les pareció estupendo que le cerraran la cuenta de Twitter a Donald Trump por «incitar al odio» y se la dejaran abierta a grandes adalides de la democracia como el ayatolá Jamenei. Los mismos que amplifican y tergiversan los comportamientos de los republicanos más exaltados y pasan de puntillas ante las trastornadas mentales que se niegan a tener sexo con los hombres mientras Trump esté en la presidencia como castigo a la masculinidad tóxica.

Los medios tradicionales entran en pánico

En pleno castigo progre a Twitter no podía faltar el pánico de los medios de comunicación, que ven como cualquiera puede ahora corregirles o matizarles con una nota de la comunidad y dejar con el culo al aire su información supuestamente contrastada. Las notas de la comunidad se han popularizado con Musk y es cierto que no siempre funcionan pero a menudo son demoledoras. Y, claro, una cosa es denunciar los bulos y manipulaciones de la ultraderecha y otra muy diferente que te denuncien los tuyos.

La Vanguardia y The Guardian han sido los primeros en anunciar su marcha de X, «una plataforma —dice el diario del Grupo Godó— en la que encuentran una caja de resonancia las teorías de la conspiración y la desinformación», y se propagan ideas «que atentan contra los derechos humanos, como el odio a las minorías étnicas, la misoginia y el racismo». Los medios están en pleno debate de si irse o no como constatan tres columnas de El País: «Quedarse en X, una rebelión democrática», «Las redes sociales, amenaza para la democracia» y «Vayámonos ya todos de X, que es un antro». ¿Los activistas de Lo País yéndose de Twitter? No caerá esa breva.

El problema de fondo: unos medios desacreditados

Desde otro medio de PRISA, Àngels Barceló entiende estas posturas porque siente «desasosiego» y «ansiedad» por no poder llegar a la gente y desmentir las mentiras con «la verdad». Pide dejar Twitter porque ahí la batalla está perdida por culpa del algoritmo. La voz cantante de uno de los grupos más sesgados del panorama radiofónico, portavoz del PSOE y de los dogmas del globalismo —pidió que se excluyera del debate público a quienes criticaran el cambio climático— se queja ahora, manda huevos, de falta de libertad, desinformación y manipulación.

Que igual en Twitter no pasan de ella por el algoritmo sino porque muchas personas han dejado de creer en unos medios que manipulan tanto como cualquier conspiranoico aunque lo disimulen mucho mejor. Solo tiene que verlo en la cobertura electoral estadounidense entre la promesa llena de futuro de Kamala Harris y el fascista violador de Donald Trump. O si no repase la que montaron con tres boberías elevadas al sumum informativo porque les convenía ideológicamente: el bulo del culo, el beso de Rubiales o los chavales del Elías Ahuja.

El bulo del helicóptero como paradigma de la situación

La Vanguardia, al día siguiente de anunciar a bombo y platillo que se iba de Twitter por la desinformación, ya es mala suerte, se tragó por la escuadra un bulo de la Agencia Efe que se inventó «por error» que un helicóptero se había estrellado en una torre de Madrid. Mientras La Vanguardia, a lo Aterriza como puedas, debió de pensar que había elegido un mal día para quejarse de los bulos, las teorías conspirativas se dispararon en la red hablando de que el teletipo se había adelantado por equivocación a un acto preparado por el gobierno para crear una cortina de humo y despistar a la opinión pública. Y que Sánchez, por supuesto, estaba en el ajo. Algún becario la lio parda, como aquella socorrista que ha pasado a la historia de los memes, pero explíqueselo a las mentes preclaras de las conspiraciones.

Como ve, la vida sigue igual. Se puede desinformar de la manera más tonta y algunos siempre se montarán sus películas. Twitter no deja de ser muchas cosas y, entre ellas, un centro de día para perturbados, iluminados y egos con necesidad de atención. Lo era con el algoritmo progre y lo es con el de Musk, y pobre de aquel que no sepa separar el grano de la paja ni tomárselo con sentido del humor. Puede terminar peor que Antón Losada creyéndose el Batman de las redes sociales.

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2 comentarios

  1. Menuda historia esta de Twitter, donde todo el mundo anuncia que se va pero nadie cierra la cuenta. Lo que pasa es lo que usted dice, que no les gusta que cada uno pueda dar su opinión sin que les denuncien o que cuando sueltan un bulo las notas de la comunidad les dejen en evidencia. Por cierto, que gran invento ese de las notas. También tengo que decir que gracias a esos censores tenemos este estupendo blog, nacido tras el cierre de su cuenta.

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